4/8/09

Las palmeras


Fulton st.

En el hotel, a primera hora. Una cadena de televisión en castellano. Creo que es venezolana. Habla de las causas de la muerte de Michael Jackson. El locutor lee con énfasis una especie de noticia de redacción tortuosa en la que no queda claro si los somníferos pueden causar la muerte de cualquier persona tomados en cualquier dosis o si, para causar tal efecto, es necesario tragarse el tarro que los contiene. Luego llega el turno de los fuegos artificiales y de los muertos que provocan todos los años. Los testimonios, debidamente cercenados, de bomberos y policías dan a entender que el riesgo es altísimo. Sólo al final se especifica que el peligro estriba en la manipulación de petardos y cohetes caseros, que la venta a particulares está prohibida en todo el Estado y que el espectáculo de la Bahía es absolutamente seguro.

Durante la tarde, en la calle Fulton, algunas familias hacen barbacoas en los patios de sus casas. El conserje del hotel me ha dicho que no diga negro. Un afroamericano está dando la vuelta a una hamburguesa mientras habla por el transmisor de su móvil último modelo. Parece un agente especial en su día libre.

He visto los fuegos artificiales de la Fiesta Nacional desde el segundo piso de otro aparcamiento, frente a la Bahía. Al público no parece importarle la brisa desapacible que llega desde el océano. Llevo una cazadora corta y no me he puesto calcetines. He dejado el taxi siete u ocho manzanas antes de llegar, en medio de un enorme atasco. Calle abajo, hacia los muelles, cientos de personas en manga corta caminan de la manera más cívica que uno pueda imaginarse. No hay alcohol. Se guarda cola para comprar algo de comer y ay de ti si cuando te llega el turno no has decidido si quieres perrito o hamburguesa. Los grupos de rock tocan flojito. El público baila flojito. Apenas se puede dar un paso y sin embargo, no hay empujones; no hay papeles por el suelo. Son las nueve menos diez. Miro hacia atrás y veo el aparcamiento de la calle Jefferson lleno de cabecitas que asoman por cada una de sus plantas. Parecen estar más cómodos que aquí abajo. Cruzo la calle a duras penas y subo la escalera de hormigón. Sólo llego al segundo piso y con algo de suerte encuentro sitio junto a una pareja de edad indefinida. Huele bien. Se pasan un canuto. Me apoyo contra un Honda y suena Barras y estrellas. Desde dos barcos invisibles los pirotécnicos lanzan, duplicados, fuegos azules rojos y blancos. El programa es largo y se acompaña de todo el repertorio de músicas que uno esperaría oir. La calidad de la función es más bien escasa. Cuando se avecina la traca final, aparece el dueño del Honda. Ha decidido sacar el coche del garaje antes que nadie y evitar el embotellamiento. Mientras la pareja y yo hacemos malabares para no ser aplastados contra el pretil, escuchamos las exclamaciones del público y el retumbar de la pólvora en el cielo. Los tres vemos el reflejo de las últimas palmeras en las paredes del garaje mientras el coche marrón intenta ganar sin éxito la salida hacia las rampas.

2 comentarios:

  1. Anónimo4/8/09

    Vaya susto. Me había parecido que el legendario bar Las Palmeras de aquí, de casa, había trincado. Ya veo que no, que es que no había leído la noticia de los fuegos artificiales entera. Menos mal. Porque me cierran Las Palmeras y es como si me cierran una parte de nuestra leyenda urbana, ya sabes, domingo de partido, una hora antes, imposible que te pongan nada. Y ay de ti si cuando te toca no sabes si solysombra o carajillo.
    No sé si estás con el automático o no pero, ¿ande andas?
    vidal

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  2. Me hallo en los alrededores de Pompaelo, recordando a un meteorólogo que pronosticó un verano fresquito a tenor de no se qué isobaras, allá por junio. Me pregunto si lo cabrán las mismas por el orto.

    ¿Conservas la página del vendedor austríaco? ¿Te apatece que le echemos un ojo somero la semana que viene si baja la temperatura y no acabo ingresado por cualquier tontería?

    Señor, cuantísimas preguntas.

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